domingo, 4 de abril de 2010

Cómo nos vieron y qué publicaron (II)
Folklore Andaluz
Gracia y belleza de los verdiales malagueños
(2ª parte)

     Comienza esta parte con los instrumentos verdialeros, aunque no se explica bien en cuanto al toque de pandero. Después nos adentra en el cortijo, nos describe la vestimenta, el baile... siempre insistiendo en el origen árabe de todo. Quizás esté tan equivocado en ésto como en el término Vedriales.

Repasemos el instrumental. Los llamados “musiqueros” en los vedriales o verdiales son cuatro o cinco. El acompañamiento se hace con pandero grande de piel de cordero o cabra con doble fila de sonajas (beduinismo, nómadismo), platillos moriscos de metal, palillos o castañuelas, guitarra o violín, del que se prescinde la mayoría de las veces o se interpreta con la boca, como ocurre con una provinciana del partido de Suárez. Menos estos dos últimos instrumentos, todos los anteriores están fabricados por artesanos de la misma provincia, es decir, se hacen en los mismos lagares, pagos o cortijos, por hombres que heredaron esta artesanía árabe de sus antecesores. La forma de tocar los instrumentos puede verse también en cualquier estampa marroquí. El pandero se mantiene vertical en la mano izquierda, mientras la derecha toca los platillos, frotándolos de arriba abajo con ambas manos... Pero veamos unos verdiales en su ambiente.

Sentémonos, para presenciarlos mejor desde sus comienzos, sobre una piedra en lo alto de este otero. Nos hallamos en cualquier lugar de la provincia de Málaga: Iznate, Benaque, Benalmádena, Almayate, Alozaina, Almogía... Todo lo que abarca la vista es tierra ocre, brava; olivos, almendros, higueras, viñas y chumberas por doquier, desparramados entre barrancas, caminillos, arroyos, cortijos y pagos como alcarrias y blancos como palomas. Se oye, cercano, el monótono “tam-tam” del pandero. Hay fiesta de vedriales. La brisa marina de Levante trae prendidas notas sueltas. ¿Qué es aquello que flota al viento en la lejanía, entre coro de risas y voces?... ¿Chilabas  quizás?... ¿Alquiceles tal vez?... No. Simples vestidos de zagalas que bajan en demandas de la música. Vestidos rojos, azules, blancos, verdes, que se confunden con el verde de la higuera, o amarillos, que se pierden entre la parva que cubre las eras. Acompañándolas, mozos, chiquillería, viejos y ancianas... Una de las mozas suelta al viento esta canción:

“En la Cala hay una fiesta,
mi madre me va a llevar;
cuando me vean tan compuesta
me sacarán a bailar.”

Acerquémonos al cortijo. ¡Cuánta alegría hay!... El sol, este dorado y fuerte sol que ya maduró las mieses y ahora enternece higos y uvas, “pega” fuerte en la solana. Pero dentro hay un patio cubierto con una hermosa parra, por entre cuyas hojas entran los rayos de Febo, dibujando caprichosos alicatados en las encaladas paredes, a las que tampoco faltan ventanucos como ajimeces. Por aquí y allá, botijos, cántaros, jarras de ancha boca y frescas panzas, alforjas, mantas de vivos colores y colchas rameadas. Sobre el transparente verdor de la parra, que ya cuelga racimos verdinegros, cadenetas de colores, y en los rincones macetas de albahaca. Una viva policromía se desprende de los invitados: cintas azules, rojas, anaranjadas; alhajas de filigrana, espejuelos, peinecillos, pañolones, “tembleques” de oropel, plumas pintadas; en la cabeza de los mozos sombreros, a los que les sobran las alas para convertirse en “tarbux” orientales, según indica acertadamente Gil Benumeya.

El corro se aprieta alrededor de los “musiqueros”. El vinillo, ese vinillo tan ardiente y dulce de los pagos malagueños, y el aguardiente, despeja ingenios y desata lenguas, de camino que pone aun más arrebol en las mejillas vírgenes de las tímidas mujeres. Viejos y ancianas, padres y madres, sentados en sillas bastas y poyos de ladrillos, semejan zenetes y zegríes, almorávides, almohades y zenegas, llegados en sucesivas invasiones.


Es lástima que los años hayan borrado la ingenua estampa clásica de estos bailes populares, que hoy se nos presentan más modernos por lo que respecta al tocado de los bailarines. Mozos y mozas usan ahora vestidos modernizados, domingueros; ellos chaqueta y pantalón burdos; ellas vestidos de seda con falda corta y peinados a la “permanente” (poderosa influencia del cine). Sin embargo, en los pueblos del interior, sobre todo en los de la serranía, guardan aún en viejos arcones antiquísimos tocados. Es en ellos, por supuesto, donde resalta la reminiscencia árabe. Los espejuelos, abalorios, tembleques, y sobre todo las plumas, gritan lo morisco inmediatamente. Peinecillos, ajorcas, brazaletes y otros adornos, a cual más espectacular, dan vivo realce y belleza primitiva a la moza; en cuanto al mozo, también luce en su sombrero colgantes y plumas que, sin hacer grotesca la figura, le prestan ese relumbrón ingenuo y chocante que es admiración y pasmo del forastero.

Estamos en plena fiesta. La pareja de bailarines, frente a frente, en el centro del corro, baila sin descanso. La moza toca unas castañuelas bien adornadas de cintas o unos diminutos platillos de metal entre los dedos índice y pulgar de cada mano; el bailarín también castañuelas o, como en algunos lugares, cuatro pañuelos de vivos colores, dos entre los dedos de cada mano, los cuales, al ser agitados en el gracioso braceo, figuran vistosas flámulas al viento. La música, monorrítmica, es incansable, aunque tiene brevísimas paradas, que indican el cambio de paso en el baile. Brazos y pies trabajan de firme. El cuerpo se sostiene sobre los dedos y tarsos. Los movimientos se ajustan al son del pandero; pero no tienen, por ejemplo, la soltura fina y delicada de la “sevillana” (individualismo), sino que obedecen a una acción instintiva, ancestral, que se manifiesta con toda su grandeza al conjuro del golpe sobre el cuero (beduismo), como en el baile moruno, aunque en éste se conserva pura la barbarie africana, y en el que nos ocupa impera la gracia y belleza de un movimiento más estilizado y tierno.

     En la tercera y última parte, hace un repaso por el cante, mostrándonos algunas coplillas más.

2 comentarios:

Porverita dijo...

Sigue siendo muy interesante, aunque me va a obligar a sacar un diccionario de términos árabes y malagueños, pues la mitad de las cosas que menciona no me suenan ni por casualidad.

Lo de las plumas de colores en el atavío, también es la primera vez que lo veo. Más que árabes, parecerían de los indios americanos.

Salud y gracias por tomarte las molestias de teclear todo el artículo.

Violín SantaCatalina dijo...

Es cierto que emplea muchos términos poco conocidos, de los cuales yo tampoco tengo mucha idea.

Tampoco entiendo de donde sacó las plumas y los pañuelos de colores, y muchas otras cosas...

El transcribir el artículo, es debido al tipo de letra del periódico, que sé que no es legible para todo el mundo, aunque intentaré escanear la página para colgarla.