sábado, 24 de abril de 2010

EL MUNDANAL RUIDO (II)


     Hay que destacar también en la novela, la calidad de los dibujos de Narciso Méndez Bringa, y lo bien que retrata cada una de las escenas. Méndez Bringa fue dibujante en el semanario de Blanco y negro, fue uno de los ilustradores de los cuentos de Calleja en sus inicios, un gran ilustrador.

Narciso Méndez Bringa - Foto ABC

     En el dibujo de este capítulo podremos ver la casa de Gabriel por dentro, tal y como la describiera en el capítulo 1º. Si observamos bien el dibujo veremos el violín colgado junto al ventanuco.

     Esta parte de la novela, Gabriel descuelga el violín, lo enmienda un poco y se pone a tocar para el deleite de todos los vecinos que lo escuchan. Hay detalles muy importantes en este capítulo para el tema que nos trata. Voy a destacar varios de ellos:

- En palabras de Fortuna, ...”¡Oye la copla e verdiale que está ahora cantando con el violín! Se utiliza el término Verdiales para referirse a la copla, a la copla del violín. También se utilizan términos como “sonatas campestres” para referirse al toque del violín, fandango, ...

- En palabras del autor, ... “iba anualmente a la urbe, para cantar sus coplas verdialescas y á recoger dinero, que, equitativamente, distribúyanse luego todos los miembros de la célebre comparsa”. Aunque al folclore en su conjunto nunca lo nombra como Verdiales, ni el autor ni los personajes, si lo hace refiriéndose a las coplas. Y al conjunto, o lo que hoy día conocemos como panda, lo llama comparsa, aunque ésto si es más habitual en esta época, tanto en esta novela como en otros artículos y escritos.

- Nos describe como iba formada la parranda, “La parranda de Fortuna iba siempre nutrida de guitarristas y de cantaores. Llevaba, también dos ó tres panderetólogos, y un par de profesores en el arte de frotar los platillos de aljófar” y por supuesto encabezados por Fortuna que “era propietario de la bandera que la parranda solía llevar”.

     Hay un comentario de Fortuna, que era el entendido de este arte en el partido, que me tiene bastante intrigado:

...”aquello de tocar tan ligeramente un aire, llamábase tocino en lenguaje técnico

jueves, 22 de abril de 2010

EL MUNDANAL RUIDO (I)

     En este artículo vamos a ver el primer capítulo de una novela que Ramón A. Urbano (1865 – 1913) escribiera a finales del siglo XIX. Concretamente un fragmento de ella la encontré en la revista “Nuevo Mundo” con fecha 26 de Diciembre de 1907. Al seguir buscando volví a encontrar el fragmento en otro periódico, “El Renacimiento”, fechado el 18 de Septiembre de 1892. Por último conseguí los cuatro capítulos completos de la novela en una revista anuario llamada "Hojas Selectas" de 1912, ilustrada con dibujos de Narciso Méndez Bringa (1868 – 1933).

Ramón Antonio Urbano Carrere
Foto extraída del periódico ABC

     El periódico “El Renacimiento” titula al fragmento como “Los Inocentes” y dice tratarse de un episodio del libro en prensa “Piedras Falsas”. En la revista “Nuevo Mundo” la titula de igual manera aunque el texto es más extenso y con variaciones. Por último en la revista “Hojas Selectas” aparecen los cuatro capítulos completos, cada uno de ellos encabezado con un dibujo de Méndez Bringa, y dice llamarse “El Mundanal Ruido”. Al menos todos coinciden en el autor.
 
     Sobre el fragmento del periódico “El Renacimiento” puede verse el artículo que ya publicara nuestro amigo RedVerdialera basándose en la documentación que aportaba Eusebio Rioja.

     Aunque dice tratarse de una novela, más parece un relato real que le han contado al autor. El protagonista es Gabriel, violinista de la parranda que Fortuna (propietario de la bandera) solía llevar a la gran urbe en los días del mes de Diciembre, cuando conmemora la Iglesia la histórica degollina de los inocentes niños de Judea. Trata de los amores y desamores del virtuoso violinista del partido..., bueno mejor la leéis y opináis.
 
     En el primer capítulo comienza con una buena descripción del lugar y entorno de la novela, de la casona donde trabaja Gabriel, ... Nos presenta a Gabriel, a Margara su novia, a Tomín, padre de Margara y capataz de la casona, a Fortuna...

     Durante toda la novela habla mucho del partido rural al cual pertenece los protagonistas, pero sin mencionar nunca el nombre exacto (seguramente el partido de Los Verdiales). En esta época (siglo XIX) se les llamaba parrandas como sinónimo de pandas y no se solía utilizar el término Verdiales para nombrar al folclore en su conjunto, pero en próximos capítulos veremos que se aproxima.
 
     Los diálogos están escritos tal cual se habla en el campo “Paece mentira que te jagas el desentendio”, con muchas palabras que hoy día son poco utilizadas o que simplemente son propias del campo. Algunas de ellas he tenido que consultarlas para entenderlo todo en profundidad, otras no llego a saber de qué se trata.

sábado, 17 de abril de 2010

VENTA NUEVA – 1961
0 FIESTA MAYOR DE VERDIALES

     Si hacemos cuentas de las ediciones de nuestra Fiesta Mayor de Verdiales, organizada con el apoyo del Excmo. Ayto. de Málaga, y partimos de que hemos realizado la edición XLVIII (48) en 2009, llegamos a la conclusión de que la 1ª edición contabilizada fue en 1962, aunque ya se habían realizado otras dos (1961 y 1960 en Venta Nueva).

Venta Nueva
     Estas 48 (más 2) ediciones son siempre referidas a las que promovían el Excmo. Ayto. de Málaga; ya sabemos que esta tradición es mucho más antigua y que se venían realizando sin el apoyo de ninguna institución y ni falta que les hacían (aunque hoy día si sea fundamental).

     Refiriéndose a esta edición (que yo llamo 0) de 1961, he encontrado dos artículos de  periódicos distintos. El que viene a continuación es del periódico ABC, escrito por Agustín Souviron, y al que ya le dedicara también un artículo nuestro amigo (desaparecido de la blogosfera, ¿estará enfermo?) RedVerdialera.

     ABC. 30 de Diciembre de 1961, págs. 101 y 102. Agustín Souviron.
ABC en Málaga: Los Verdiales, en auge

Málaga 29. (De nuestro corresponsal). El Día de los Inocentes era tradicionalmente de gala en los montes de Málaga. Las pandas de Verdiales, de los Tontos o de los Inocentes, se derramaban con sus sonajeros, sus violines y sus guitarras por ventas y cortijos. Venían de los lagares donde antaño el moscatel y el Pedro Ximén se pisaban al viejo estilo, y el trago de Seco de los Montes calmaba la sed de muchas horas de andadura y de fiesta. Alguien me aseguraba cuando era niño, en el cortijo “El Boticario”, que los sombreros de palmas adornados con espejos y cintas multicolores tenían un antecedente romano y que los mismos cánticos nada tenían que ver con el flamenco. Se remontaban, según erudito bastante concienzudos, a la dominación romana. Y los timbales, los panderos, los platillos de bronce y otros instrumentos musicales podían ser aditamento posterior. Yo he dejado siempre que discutan los eruditos y cada año subía a las viejas Ventas de los Montes. Allí, entre el olorcillo fino y penetrante del tomillo y la retama, el rasgueo de las guitarras ponía una melódica entonación al consumo del rico lomo y del vinillo de los montes. Y mientras, las pandas desfilaban cantando historias de amoríos, enalteciendo a personalidades, o picardeando cuchufletas de antaño. Los espejos brillaban al sol desde las cabezas recargadas de avalorios y de cintas multicolores. Los “alcaldes” o jefes de las pandas cruzaban sus banderas mientras realizaban un simulacro de desafío. La batalla era puramente folklórica y si no llegaba la sangre al río llegaba el vino a las venas, que para eso los invitados eran pródigos y no había miseria a la hora de los convites. El cántico de verdiales estuvo a punto de desaparecer hasta que la Sección Femenina lo sacó de su partido, de sus lagares para expandirlo a todos los públicos del mundo. Ahora, la fiesta vuelve a adquirir su tono. El alcalde de Málaga, tan fino catador de la esencia popular y tan interesado en mantener las tradiciones, dio de regalo para la mejor “panda” una bandera bordada que es el instrumento rector y la enseña “mater” de cada panda. La Delegación de Información y Turismo concedió otro trofeo y la Diputación y varios particulares sendos donativos. Resultado: éxito sensacional. Cientos de coches en la explanada de la Herradura, miles de personas, entre los cuales abundaban los inevitables turistas con sus máquinas de fotografía y sus sombreros de ala ancha, que usan más que los indígenas. La fiesta es indescriptible. El Jurado, que presidía personalmente el alcalde, con un grupo de selectos conocedores del viejo folklore de los verdiales, pasó sus apuros. Al fin hubo premios para todos. Al anochecer emprendieron las pandillas su regreso a los lagares y partidos.

Iban hacia Roalabota, hacia Verdiales, hacia Galway y la Venta de la Nada, hacia “El Boticario” y “El Santo”, los hombres lleno de júbilo, cantando incansablemente con la color subida por el vinillo tierno y el alma agradecida de que se hayan acordado de ellos las autoridades. Los de la bandera ganada le dieron una “fiesta” o exhibición especial al alcalde y le dedicaron una copla sencilla y colosal a un tiempo. Málaga revive con los “Verdiales” una de sus mejores tradiciones. Frasquito Cuenca, el más viejo ventero de los montes, que tiene ochenta y dos años y parece un chaval, me los dijo emocionado: “Nunca entraron los violines como este año.” “Nunca los juegos tuvieron tanto ajuste,” Son frases de un lenguaje misterioso y extraño que sólo conoces ellos: los auténticos catadores de la poesía única del cante de Verdiales. – Agustín SOUVIRON.


Recorte del artículo original. ABC

     Es curioso como Frasquito Cuenca, comenta “Nunca los juegos tuvieron tanto ajuste”. Parece ser que se celebraban juegos (a estos juegos se hace referencia en el artículo anterior) también durante el día de la Fiesta Mayor, habrá que recuperarlos, ¿no?

     El mismo día en el periódico La Vanguardia aparece otro artículo referido al mismo evento, de manos de la Agencia Cifra.

     La Vanguardia. 30 de Diciembre de 1961, pág 7. Agencia Cifra
Málaga, 29.- El concurso de verdiales, organizado por la Delegación Provincial de Información y Turismo, se ha celebrado en Venta de Vargas, sita a pocos kilómetros de esta capital.

Los verdiales son fandangos o malagueñas que se cantan y bailan por las llamadas “pandas de inocentes”, y constituyen por su simplicidad y sencillez el más puro folklore que recoge una tradición antiquísima.

Las pandas están formadas por ocho personas que portan violines, guitarras, platillos y panderos, así como el abanderado y el “alcalde” con su vara engalanada. Todos llevan unos sombreros adornados con espejos, flores, cintas con nombres de mujer y graciosas dedicatorios. Asimismo llevan pantalones de pana y faja.

En este concurso han tomado parte seis grupos consistente en ponerse una panda frente a otro y comenzar a tocar, cantar y bailar los verdiales malagueños, y el que pierde el ritmo por cansancio queda eliminado, resultando vencedora la que resista más. Por eso, el concurso tiene mucho de duración.

Resultó ganadora la panda de Antonio Fernández, que obtuvo una valiosa bandera bordad, donada por el Ayuntamiento, y un importante premio en metálico. Para los demás grupos también hubo premios del Ayuntamiento, Delegación de Información y Turismo y algunos particulares. Este concurso hacía ya varios años que no se celebraba. Cifra
Recorte de La Vanguardia

domingo, 11 de abril de 2010

Cómo nos vieron y qué publicaron (II)
Folklore Andaluz
Gracia y belleza de los verdiales malagueños
(3ª y última parte)



     En este último fragmento, Claudio nos empieza hablando del cante y nos da a conocer varias coplillas. En la última parte, nos recuerda los típicos juegos que siempre había ligado a la Fiesta. Cuando la Fiesta decaía un poco, siempre habían quienes tenían preparado juegos o teatrillos, y entrando al grito de "Juego, juego ..." rompían la lucha de fiesta, y todos se disponían a pasar un buen rato.

Y entonces, paralelo al baile, llega el cante, ese cante “jondo”, inimitable, lleno de gracia peregrina, dulzura y armonía, sencillo y a la vez difícil. Lo inicia siempre una moza o mozo del corro. La voz ha de ser potente, melodiosa, que pueda sobresalir airosa sobre la música. En este momento es exactamente cuando el aire parece vibrar y llenarse de melodía. El eco sube montes, trepa cañadas y se engarza entre las ramas de higueras y olivares, como un canto a la Naturaleza lleno de majestad única. Calla la chicharra que sierra vientos, enmudecen jilgueros y gorriones, acércanse lejanas golondrinas, y el campo todo parece escuchar, temeroso, una misteriosa y suave voz que sube de la misma madre tierra, que sale de entre piedras y riscos, surge de minas y quebradas en un susurro prolongado y triste, como manantial de aguas que fueron tanta sangre en los pasados siglos de invasiones y conquistas convertidas en Historia de España. Y una visión toma cuerpo lentamente en el paisaje. He ahí mozárabes y muladíes; allá, maaditas y yemenitas, berberiscos y árabes, tribus del Atlas, beduinos del Rif, caballería mora, gritos, quebrados, castillos, viñedos, olivares, y por encima de todo una hermosa Cruz. De pronto se esfuma el ensueño, y la voz lozana de una buen mozo nos devuelve a la realidad:

“Bendita sea tu cara,
qué resalada la tienes;
vale más un desaire tuyo
que el garbo de otras mujeres...”

¿Quiénes son y dónde están los poetas que componen estas lindas letrillas, tan ingenuas?... Helos ahí en el mismo corro. Son estos mozos que huelen a chumbos recién cortados, frescotes, tímidos (más que las mujeres), los que dan a los vedriales una de sus notas más típicas; la improvisación de los versos. Y el amor, los celos, la gracia burlesca y pícara de esta tierra de María Santísima, sin que falte, incluso el sentimentalismo caballeresco del antiguo trovador, desfilan por la fiesta avasallándolo todo. Porque unos vedriales, en los pasados tiempos, eran como una lucha sin ruido, que se iniciaba y no se sabía cómo iba a terminar; si en armonía o en tragedia. No ocurre esto actualmente, pero siempre se encuentra latente en la sangre joven de estos mozos bravíos. Las coplas son ingenuas:

“Vengo de los Verdiales,
de los Verdiales vengo;
vengo de echarme una novia,
de echarme una novia vengo.”

O alusivas:

“Todavía no soy tuya, pícaro,
y ya me amenazas;
mira que tengo en mi huerto
la flor de la calabaza.”

He aquí otra hiriente, punzante, dirigida a una ex novia presente en la fiesta:

“Calabaza que me distes
me la comí con tocino;
mejor quiero calabaza
que casarme contigo.”

Ruborízase o hierve de ira la aludida. Contesta con otra copla el mozo que ahora la corteja. El ambiente se recarga, un pugilato sordo amenaza y se cierne sobre la fiesta; pero en este momento se oye la voz de otro mozo que media:

“Con esta no canto más,
porque me duelen los dientes
y no veo llegar
el tarro del aguardiente...”

Risas y ocurrencias, que despejan la tirantez. Luego se suceden los piropos, y segundas partes tal vez interesadas (hermanas y parientas) en posibles noviazgos, cantan dirigiéndose a la pareja que se contempla arrobada:

“En el falso del vestido
tiene esa niña una estrella,
con un letrero que dice:
“Viva quien baila con ella...”

La fiesta se anima. El vino y el aguardiente de caña hacen de las suyas, y tapujos y timideces se disipan con las primeras oscuridades de la noche. Fuera, en la solana, corre un vientecillo sutil y marinero, que trae recuerdos de mares imperiales y caminos que fueron de España. Y las estrellas, las mismas que vieron los Omeyas, las que contemplaron fenicios y godos o alumbraron las rutas hispanas hacia los mares tenebrosos, brillan y parpadean. Igual que hace siglos, en el espacio. Tiemblan, a su vez, las luces de los candiles empapándolo todo de dulce luz dorada, primitiva. Hay olor a retamas, romero y albahaca. Y entonces llega un último invitado y, parándose ante la puerta del rancho, grita a los más cércanos: “¡A la paz de Dios!” (¡Salam Alaikum!.) Y entra. Seguidamente se le ofrece una copa. Si es joven, se agrega a la fiesta; si es anciano, se va con los viejos soñando juventud.

De pronto se oyen gritos y hay carreras. Un par de mozos disfrazados se abren paso violentamente, entre los bailadores y gritan haciendo contorsiones: “¡¡Juego, juego señores!!...” Ha llegado la hora del descanso para los “musiqueros”. Los instrumentos se depositan amorosamente en algún rincón y el corro se disuelve expectante. Seguidamente da comienzo una sesión de pasatiempos ingenuos que hacen la delicia de grandes y chicos. Se recitan y cantan romances como aquel de “La reina mora”:

“Apártate, mora bella,
Apártate, mora linda...”

O aquel otro de Gerineldo:

“Gerineldo, Gerineldo,
Gerineldito pulido...”

Luego, juegos de mano, chistes picarescos, adivinanzas de subido tono... Exactamente igual que en las fiestas del Califato cordobés, en las que entonces, en lujosos escenarios donde se bailaban leilas y zambras, eran viejos astrólogos hebraicos, o ancianos de blancas barbas con raídos almaizares, los que entretenían a las odaliscas e invitados entre un remolino de chistes y voces, como tan admirablemente nos lo supo describir Fidel Fernández.

Entre tanto invitado, no veréis nunca un solo gitano. Sin embargo, aquí brilla resplandeciente el canto “jondo”, ¿no es cierto, don Francisco Podadera?...

Y dan la una, las tres, las cinco de la mañana. Y por Oriente llega un arrebol de luces. Y sigue el baile. Pero no en balde pasó el tiempo, porque ya hay nuevos novios y ¡nuevas suegras!... Y los viejos se miran y sonríen.

Entonces hace su aparición gloriosa la mañana. Los montes lejanos han perdido su color violeta pálido y se cubren de púrpura y luego de oro. Hace un fresco agradable. El sol va a salir y parece que sólo se espera la llamada del almuecín para comenzar el nuevo día; no falta más sino que saludemos al astro Rey postrados en tierra. Todo lo demás es igual que hace siglos.

domingo, 4 de abril de 2010

Cómo nos vieron y qué publicaron (II)
Folklore Andaluz
Gracia y belleza de los verdiales malagueños
(2ª parte)

     Comienza esta parte con los instrumentos verdialeros, aunque no se explica bien en cuanto al toque de pandero. Después nos adentra en el cortijo, nos describe la vestimenta, el baile... siempre insistiendo en el origen árabe de todo. Quizás esté tan equivocado en ésto como en el término Vedriales.

Repasemos el instrumental. Los llamados “musiqueros” en los vedriales o verdiales son cuatro o cinco. El acompañamiento se hace con pandero grande de piel de cordero o cabra con doble fila de sonajas (beduinismo, nómadismo), platillos moriscos de metal, palillos o castañuelas, guitarra o violín, del que se prescinde la mayoría de las veces o se interpreta con la boca, como ocurre con una provinciana del partido de Suárez. Menos estos dos últimos instrumentos, todos los anteriores están fabricados por artesanos de la misma provincia, es decir, se hacen en los mismos lagares, pagos o cortijos, por hombres que heredaron esta artesanía árabe de sus antecesores. La forma de tocar los instrumentos puede verse también en cualquier estampa marroquí. El pandero se mantiene vertical en la mano izquierda, mientras la derecha toca los platillos, frotándolos de arriba abajo con ambas manos... Pero veamos unos verdiales en su ambiente.

Sentémonos, para presenciarlos mejor desde sus comienzos, sobre una piedra en lo alto de este otero. Nos hallamos en cualquier lugar de la provincia de Málaga: Iznate, Benaque, Benalmádena, Almayate, Alozaina, Almogía... Todo lo que abarca la vista es tierra ocre, brava; olivos, almendros, higueras, viñas y chumberas por doquier, desparramados entre barrancas, caminillos, arroyos, cortijos y pagos como alcarrias y blancos como palomas. Se oye, cercano, el monótono “tam-tam” del pandero. Hay fiesta de vedriales. La brisa marina de Levante trae prendidas notas sueltas. ¿Qué es aquello que flota al viento en la lejanía, entre coro de risas y voces?... ¿Chilabas  quizás?... ¿Alquiceles tal vez?... No. Simples vestidos de zagalas que bajan en demandas de la música. Vestidos rojos, azules, blancos, verdes, que se confunden con el verde de la higuera, o amarillos, que se pierden entre la parva que cubre las eras. Acompañándolas, mozos, chiquillería, viejos y ancianas... Una de las mozas suelta al viento esta canción:

“En la Cala hay una fiesta,
mi madre me va a llevar;
cuando me vean tan compuesta
me sacarán a bailar.”

Acerquémonos al cortijo. ¡Cuánta alegría hay!... El sol, este dorado y fuerte sol que ya maduró las mieses y ahora enternece higos y uvas, “pega” fuerte en la solana. Pero dentro hay un patio cubierto con una hermosa parra, por entre cuyas hojas entran los rayos de Febo, dibujando caprichosos alicatados en las encaladas paredes, a las que tampoco faltan ventanucos como ajimeces. Por aquí y allá, botijos, cántaros, jarras de ancha boca y frescas panzas, alforjas, mantas de vivos colores y colchas rameadas. Sobre el transparente verdor de la parra, que ya cuelga racimos verdinegros, cadenetas de colores, y en los rincones macetas de albahaca. Una viva policromía se desprende de los invitados: cintas azules, rojas, anaranjadas; alhajas de filigrana, espejuelos, peinecillos, pañolones, “tembleques” de oropel, plumas pintadas; en la cabeza de los mozos sombreros, a los que les sobran las alas para convertirse en “tarbux” orientales, según indica acertadamente Gil Benumeya.

El corro se aprieta alrededor de los “musiqueros”. El vinillo, ese vinillo tan ardiente y dulce de los pagos malagueños, y el aguardiente, despeja ingenios y desata lenguas, de camino que pone aun más arrebol en las mejillas vírgenes de las tímidas mujeres. Viejos y ancianas, padres y madres, sentados en sillas bastas y poyos de ladrillos, semejan zenetes y zegríes, almorávides, almohades y zenegas, llegados en sucesivas invasiones.


Es lástima que los años hayan borrado la ingenua estampa clásica de estos bailes populares, que hoy se nos presentan más modernos por lo que respecta al tocado de los bailarines. Mozos y mozas usan ahora vestidos modernizados, domingueros; ellos chaqueta y pantalón burdos; ellas vestidos de seda con falda corta y peinados a la “permanente” (poderosa influencia del cine). Sin embargo, en los pueblos del interior, sobre todo en los de la serranía, guardan aún en viejos arcones antiquísimos tocados. Es en ellos, por supuesto, donde resalta la reminiscencia árabe. Los espejuelos, abalorios, tembleques, y sobre todo las plumas, gritan lo morisco inmediatamente. Peinecillos, ajorcas, brazaletes y otros adornos, a cual más espectacular, dan vivo realce y belleza primitiva a la moza; en cuanto al mozo, también luce en su sombrero colgantes y plumas que, sin hacer grotesca la figura, le prestan ese relumbrón ingenuo y chocante que es admiración y pasmo del forastero.

Estamos en plena fiesta. La pareja de bailarines, frente a frente, en el centro del corro, baila sin descanso. La moza toca unas castañuelas bien adornadas de cintas o unos diminutos platillos de metal entre los dedos índice y pulgar de cada mano; el bailarín también castañuelas o, como en algunos lugares, cuatro pañuelos de vivos colores, dos entre los dedos de cada mano, los cuales, al ser agitados en el gracioso braceo, figuran vistosas flámulas al viento. La música, monorrítmica, es incansable, aunque tiene brevísimas paradas, que indican el cambio de paso en el baile. Brazos y pies trabajan de firme. El cuerpo se sostiene sobre los dedos y tarsos. Los movimientos se ajustan al son del pandero; pero no tienen, por ejemplo, la soltura fina y delicada de la “sevillana” (individualismo), sino que obedecen a una acción instintiva, ancestral, que se manifiesta con toda su grandeza al conjuro del golpe sobre el cuero (beduismo), como en el baile moruno, aunque en éste se conserva pura la barbarie africana, y en el que nos ocupa impera la gracia y belleza de un movimiento más estilizado y tierno.

     En la tercera y última parte, hace un repaso por el cante, mostrándonos algunas coplillas más.