miércoles, 23 de junio de 2010

EL LAGAR DE LA VIÑUELA
ARTURO REYES 1897 (I)

     De cortijo en cortijo y de lagar en lagar, como ya hicieran nuestros ancestros, nos vamos a quedar ahora uno días en el Lagar de la Viñuela, una novela escrita por Arturo Reyes Aguilar en 1897.
 
     En la edición de la novela que he adquirido (Ediciones Reguera – Barcelona – Octubre de 1946) nos dice sobre el autor:
 
Arturo Reyes Aguilar fue un gran poeta y novelista, prematuramente muerto y, por desgracia, muy olvidado, que en sus obras, recias y castizas, pintó maravillosamente cuanto en su tierra natal – Málaga – existe digno de ser admirado y conocido.
 
Los amoríos andaluces, con los coqueteos de los mocitos y el garbo y matonería de los enamorados, los diálogos a la reja, los encuentros en tascas y calles, los celos y las riñas, las castañuelas repicando y revoloteando las faldas, los ojos negros centelleantes, las coplas y bailes, todo el calor de Málaga y el hirviente apasionamiento de sus hijos, aparece magistralmente descrito en las obras de este eximio escritor. Así ocurre en “El lagar de la Viñuela”, novela que apasiona por lo hondo y delicado de su asunto y deleita por la gracia y realismo del lenguaje, manejado por Arturo Reyes con singular desenvoltura.

     La primera vez que leí el título, me llevó a situar el Lagar en la Viñuela, comarca de la Axarquía, pero nada más empezar a leer el primer capítulo “Las gentes del lagar” me dejó claro mi error:
 
No siempre fue designado por el de la Viñuela el lagarillo donde ocurrieron los sucesos que hanme dado asunto para hilvanar este libro, pues, según hubo de contarme el cortijero de Tierra Blanquilla, llamóse de Zapateros cuando aun sus montes eran una bendición de Dios y dábanse en ellos las mejores viñas de todos los Verdiales.

     Con estos datos empecé mi búsqueda cartográfica, y gracias a la ayuda de Juan Calderón Salas, nuestro amigo Juanele, me situé en la zona de Roalabota – Venta Larga, donde existe un Cortijo llamado Zapateros.
 


     En el mapa he destacado algunos nombres como: la Finca de Zapateros, Alto de la Viñuela, Ermita de los Verdiales, Los Gámez, Las Pitas, Venta Álvaro, Venta Gutiérrez, ...
 
     Fue al terminar de leer la novela, donde me di cuenta de que también erré al situarlo aquí, ya que el cortijo debía estar en el Partido de Los Verdiales y próximo a la Venta de Matagatos. Esta vez fue Miguel Cuenca Cobos quien me puso en la pista de otro cortijo Zapateros y encontré, en otro mapa, la zona a la que hace referencia Arturo Reyes.
 

     En el mapa podemos ver, abajo la finca de Matagatos, a la derecha Zapateros, y un poco más arriba Los López. Arriba a la izquierda el Cortijo de Calderón y a la derecha el Cerro Rodadero. En diagonal cruza el límite del término municipal de Almogía, quedando la finca de Matagatos y Zapateros en el término municipal de Málaga.

    Una vez situada la zona donde transcurren los hechos, volvamos a la novela. El lagar de la Viñuela lo regentaba Juan “El Cantueso”, su señora Tomasa y su hijo Agustín Villarrubia. La novela trata sobre los amores y desamores entre tres primos: Agustín, Dolores "La Viñuela" y Bernardo. Dolores, vivía en La Viñuela y al quedarse huérfana, se va a vivir al cortijo Zapateros con sus tíos, de ahí pienso que le viene el nombre a la novela.

     Destaco un pasaje de la novela donde se menciona la Ermita (aunque hace referencia varias veces a la Ermita, nunca dice Ermita de la Virgen de los Dolores, pero creo que se sobreentiende por ser la más cercana y porque alguna vez que otra clama a la Virgen de los Dolores) y en el que se dice lo siguiente:

... ni de ir con Bernardo todos los domingos á la Ermita, adonde llegaban siempre antes, mucho antes que el sacristán hiciera resonar de monte en monte la enorme caracola, única campana que poseía el rústico santuario.

     Aunque conozco algunos de los usos que tenía la caracola en nuestros campos, desconocía que el sacristán también la utilizara a modo de campana.

     En un día de San Juan y tras el tiro al gallo, organizan una Fiesta de Verdiales, que dejaré para el próximo artículo.
 

sábado, 12 de junio de 2010

FIESTA EN EL LAGAR
"LA MACARENA" (II)
1909

     En el Folletín 35, del 25 de Septiembre de 1912, continúa con la Fiesta en el Lagar, centrándose ahora más en el baile y las bailaoras, llegando a compararlas con "La Violina" y con Rosario Monje "La Mejorana" (1862 - 1922, madre de Pastora Imperio), bailaoras flamencas de la época, llegando a decir que José Castro "Miracielo", bailaor flamenco, se chuparía los dedos de gusto.

     Las parejas de baile se renuevan, cuando ya el sudor corre por los rostros, y los pies inquietos, han bordado sobre la tierra más de treinta coplas. Aquí sale ahora una zagalilla de pocos años y lindas hechuras, con cuerpo de pimienta y ojos de azabache; al verla bailar, meneando la cintura y repicando los pies con tanto donaire, dando saltitos y esquivando á su pareja con los más deliciosos quiebros del mundo, sintieran celos hasta la Violina y la Mejorana, y chúparase los dedos de gusto el propio Miracielos.

     Con el placer del baile se descuida el escanciador, y las gargantas empiezan a sentir barruntos de sequia. Comprendiéndolo así el mozo que toca el violín, rompe el canto de malagueñas, é hiriendo las cuerdas con arte, lanza un gemido semejante á una voz humana. El instrumento habla y dice con mucho ángel: ¡aguardienteee! Nos hemos echado todo todos á reir al escuchar la voz angustiosa y pedigüeña.

     La bandeja no se hace esperar, y el oloroso vaho de Ojén y del Cazalla viene á darme en la nariz. Lola Reina, que es el mismísimo diablo en persona, llama al mozo de la ronda y le pide una botella de vino de los Montes.

     Después me ofrece, sonriendo con malicia, una copa, y quieras que no, consigue que bebamos todos. El calorcillo del oloroso néctar me penetra en la sangre, y me sube á la cabeza y me envuelve en una dulce neblina. La pícara Lola, que parece tener empeño en emborracharme, me hace beber hasta cuatro copas más.

     Trini, aprovechando á la sazón la ausencia de sus padres, que se han ido con Doña Paquita, me ayuda piadosamente á empinar el codo, y lo alza ella también con mucho primor.

     Cansados al fin músicos, y danzantes, y cantadores, se dispersa el público, y quedan en el corro los infatigables, estos empedernidos continuadores de toda fiesta, que apuran sus relieves hasta que sienten los huesos hechos una pura alheña.


Diario La Época del día 25 de Septiembre de 1912. Folletín 35

    Otro término utilizado para referirse a la Fiesta: "Canto de Malagueñas".

    El texto nos trae al recuerdo una costumbre antigua de nuestros fiesteros violinistas, que pocos hacen bien y que está quedando en el olvido. Me refiero al arte de hacer hablar al violín. Nos relata Arturo Reyes en la novela, como el mozo que toca el violín pedía aguardiente frotando las cuerdas. He conocido relatos de otros violinistas que llegaban a enviar mensajes de una loma a otra con gran maestría.

lunes, 7 de junio de 2010

FIESTA EN EL LAGAR
"LA MACARENA" (I)
1909

     El periódico "La Época", y durante 1912, entregó en múltiples folletines una novela que escribiera el novelista  Ricardo León (1877 – 1943) en 1909.


     La novela en cuestión es la "Comedia Sentimental" donde recorre y describe muchos lugares y costumbres de Málaga. Los fragmentos a los que me voy a referir se publicaron en los diarios de los días 24 y 25 de Septiembre de 1912. La acción trascurre durante el mes de Mayo en el Lagar de "La Macarena", pasado la Cuesta de la Reina, donde los protagonistas van a presenciar una Fiesta de Verdiales preparada exclusivamente para ellos:
     Después de la suculenta comida damos un largo paseo y bajamos luego al llano, donde nos tienen preparada una sorpresa.

- El capataz de mi hacienda – dice Rafael – ha juntado esta tarde á los mozos de más rumbo de estos contornos, y nos obsequia con un baile campesino.

     A la sombra de unos árboles, que amansan los rayos del sol, y á la vera de un sonante arroyuelo, hay unos bancos rústicos y un cerco de escabeles, amén de la mullida hierba, que brinda más cómodo y regalado asiento. A un lado, separadas del grupo masculino, veo hasta una docena de mocitas endomingadas, con los cabellos adornados de lazos y flores, limpio y crujiente el percal, pulido y majo el zapatito, llena de alegrias la cara.

     En sitio de preferencia y respeto están los tañedores de guitarra y violín y el muchacho qué toca los platillos. Detrás de la orquesta se agrupan los viejos y los curiosos, y cuantos no han de tomar parte activa en la danza, y un poco más allá, en una mesa corrida de blanquísimo mantel, asoman las provisiones, guardadas y defendidas por un gallardo escuadrón de botellas del fino de Ojén y de Cazalla.


     Trini, Lola Reina, Carmen España y yo, nos sentamos en la alfombra de césped. María Luisa, Doña Paquita y Rafael, se sientas más lejos, en un ribazo. Veo á David en uno de los bancos, en medio de Maria Rosa y María del Mar, como Periquito entre ellas, con su sombrero de ala ancha y el rostro muy placentero, convertido en el más llamante jándalo que vi en la vida.


     Después de una ronda de aguardiente, templan los tañedores sus instrumentos y comienzan en seguida el fandango. Acompañado por el rasguear de las guitarras, canta el violín con voz aguda y chillona, mientras los platillos marean el vivo compás del baile. Un catetillo de graciosa estampa se arranca con una copla á estilo de los Verdiales; una mocita muy salada y un mozo pinturero y jaquetón, salen al ruedo y empiezan á bailar un fandango “por punto de malagueñas”.

     El fandango es vivo, retozón, rudimentario y alegre. Trae á la imaginación la danza griega de Pan, las danzas clásicas de las siegas y las vendimias; tiene todos los primores y alegrías del baile campestre y de la danza gimnástica con gran lujo de saltos, trenzados y batimanes. Al escuchar sus vivos compases me retoza el ánimo de tal suerte, que vuelvo á sentir el ímpetu de mis verdes años, y vienen de golpe á mi memoria todos los recuerdos de la dichosa edad en que escuchaba esta misma copla:

Serrana; te lo decía,
que esto había de acabar;
mira tus malas partías,
á lo que han daíto lugar...
¡vas á ser la ruina mía!


     La danza sigue; las coplas se suceden en pausa; apenas un cantador suspende en el aire la última cadencia, sale otro, gallardeando con variaciones sobre el mismo estilo.

Partío de Verdiales
quién te pudiera traer
metiíto en el bolsillo
como un pliego de papel.

     Un viejo, de patillas grises, apura de un trago un cortao, escupe por el colmillo, mata la salivilla con el zapato y entona una copla.

Eres delgadita y alta
como junco de ribera;
de las niñas de mi barrio
tú te llevas la bandera.


     Las coplas son ingenuas, netamente populares, sin aliños ni sutilezas, ásperas y naturales como las florecillas de los surcos. El cantador modifica la letra á su placer, la enriquece con nuevas desinencias, le quita y añade sílabas, según su gusto y arte personales.

Diario La Época del día 24 de Septiembre de 1912. Folletín 34

     Baile de campesinos”, “fandango”, ”copla á estilo de los Verdiales” son algunos de los nombres que utilizaban para referirse a la Fiesta de Verdiales en esta época.

     Y un dato curioso, la copla del “Partío de Verdiales” que aparece en esta novela (1909) y que ha llegado igual hasta nuestros días, podemos asegurar que tiene más de un siglo de existencia.